⟨ 2/2 ⟩Los gobernantes totalitarios buscan reordenar toda la estructura de la naturaleza según su ideología. Intentan, a través de principios eugenésicos, crear una raza pura, o a través del comunismo materializar la sociedad definitiva; ahora planean equipar a todos los seres vivos con nanotecnología y supervisarlos y corregirlos a través del gran ordenador estatal. Como jefes de Estado, someten las esferas de la política, la vida pública y la vida privada a un extenso sistema de regulación burocrática.
Sin embargo, incluso ahí, la voluntad totalitaria de orden no se detiene. El espacio interior de la mente humana también debe ser organizado y sometido. Esa es la función de la propaganda: el hombre también debe, en sus pensamientos, ajustarse a la ideología totalitaria; debe creer que la ficción totalitaria coincide con la realidad. Para una parte de la población, esto funciona bastante bien. Ven los informativos de la televisión nacional y creen que están presenciando la realidad misma.
Hasta ahora, el orden y la subyugación del espíritu humano al Estado se han llevado a cabo por medios psicológicos, a través de la propaganda clásica. Pero nos encontramos en el umbral de un momento en el que la manipulación psicológica podría ser sustituida por la intervención biológica y material. Desde la década de 1950, el aparato militar estadounidense ha trabajado diligentemente en el desarrollo de chips cerebrales. Elon Musk saca ahora a la luz pública este proyecto secreto a través de su empresa Neuralink.
El chip cerebral hará que todos los procesos de la consciencia sean transparentes; los pensamientos criminales serán detectados antes de que puedan conducir a actos criminales. Las normas de circulación, del lugar de trabajo y del salón se proyectarán directamente en la retina de cada persona. A la primera señal de infracción, se intervendrá de forma proactiva. La multa por tu delito aún no cometido se descontará automáticamente de tu puntuación de crédito social y de tu cuenta de CBDC. La (in)justicia total del sistema castiga el delito antes de que se cometa. En la Unión Soviética, el celo totalitario ya había alcanzado extremos similares: véase el tratamiento de los “delitos objetivos” bajo el estalinismo.
La élite totalitaria, impulsada por su voluntad de orden, se obsesiona patológicamente con las normas; pero al sujeto totalitario —el grupo que se deja totalitarizar— no le va mejor. Se vuelve adicto a las reglas. Con el tiempo, ya no puede lidiar con situaciones en las que no hay reglas a las que aferrarse. Alguien tiene que ser responsable, alguien tiene que pagar cuando algo sale mal. Necesitamos más líneas en el asfalto, semáforos con seis señales en lugar de tres. Debemos poder determinar exactamente quién estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Todo esto, por supuesto, como anticipo al chip Neuralink.
En todo esto, se ve cómo el ser humano moderno —alejado de sí mismo y del Otro— busca contener su miedo y desorientación a través del orden y el control. La arquitectura moderna reduce las casas a formas abstractas que el cerebro puede imaginar con precisión geométrica; las cámaras graban cada movimiento en las casas, las puertas y los jardines; las persianas, los frigoríficos y los aires acondicionados conectados a Internet se controlan a distancia con un sólo toque; en los hoteles, las llaves digitales regulan el acceso a los ascensores y las habitaciones; las aplicaciones siguen los movimientos y las actividades de los niños y, si es necesario, los corrigen; las mascotas llevan microchips; las vacas de la "Rebelión en la granja" son guiadas desde la estación de ordeño hasta el comedero mediante collares digitales. La sociedad hiperordenada e hipercontrolada se impone al ser humano desde arriba, pero ese mismo ser humano también la elige por sí mismo. (…)
➨Link a nota completa (con opción de traducción al español) vía Brown Stone Institute
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