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Информация о канале обновлена 23.08.2025.
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Los incendios forestales no solo arrasan bosques, pueblos y cosechas. También dejan una huella invisible que viaja cientos de kilómetros: un humo cargado de partículas microscópicas (PM2.5) que resultan mucho más tóxicas de lo que creíamos.
Un estudio recién publicado analizó datos de 32 países europeos durante casi dos décadas. La conclusión es escalofriante: el número de muertes atribuibles al humo de los incendios fue catorce veces mayor de lo estimado hasta ahora. Cada año, unas 535 personas mueren en Europa por la exposición a estas partículas, frente a las apenas 38 que calculaban los modelos tradicionales.
¿Por qué ocurre esto? Porque el humo de los incendios forestales no es igual que el de los coches o la industria. Al arder vegetación y materiales a temperaturas extremas, se generan partículas ultrafinas con una química distinta, capaces de penetrar más profundamente en los pulmones e incluso alcanzar el torrente sanguíneo. Esto resulta en una mayor inflamación, problemas respiratorios, ataques cardíacos y, en última instancia, muertes prematuras.
El riesgo no se limita a quienes viven cerca de las llamas. El humo se desplaza cientos o miles de kilómetros, cubriendo ciudades enteras con una neblina tóxica. Eso explica por qué personas con asma en lugares alejados de los focos ven reaparecer síntomas tras años de remisión, o por qué cada vez más gente nota irritación respiratoria prolongada en temporadas de incendios.
Y esto es solo la punta del iceberg. El cambio climático está alargando las temporadas de incendios, aumentando su intensidad y extendiendo el “cinturón de fuego” hacia el centro y norte de Europa. Lo que hoy vemos en España, Portugal o Grecia pronto será habitual en regiones que hasta hace poco se creían a salvo.
Subestimar el impacto del humo en la salud pública ha sido un error del 93%. Si antes pensábamos que era solo un problema ambiental, ahora sabemos que es también una crisis sanitaria.
Un pequeño grupo de personas en el mundo posee una mutación genética rarísima que las vuelve prácticamente impermeables a todos los virus conocidos. Su secreto: una deficiencia en la proteína ISG15 que mantiene encendida una inflamación antiviral ligera pero constante. Esto no solo bloquea la replicación de virus como la gripe o el sarampión, sino que lo hace sin que la persona llegue a desarrollar síntomas.
Inspirado por este fenómeno, el inmunólogo Dusan Bogunovic (Universidad de Columbia) ha diseñado una terapia experimental que imita este efecto… pero de forma temporal y controlada. Se trata de una plataforma de mRNA muy similar a las vacunas contra la COVID, pero en vez de codificar para un antígeno viral, transporta las instrucciones para fabricar diez proteínas humanas clave en la defensa antiviral. Administrada por vía nasal en ratones y hámsters, bloqueó por completo la replicación de influenza y SARS-CoV-2 y redujo la gravedad de la enfermedad. En cultivos celulares, aún no han encontrado un virus capaz de superarla.
No es una vacuna permanente, sino más bien un “escudo antiviral de amplio espectro” que dura entre 3 y 4 días. Esto la convierte en candidata para proteger a personal sanitario, residentes en geriátricos o familiares de pacientes en plena epidemia, incluso antes de saber cuál es el patógeno. El reto principal ahora es mejorar la entrega del mRNA a las zonas críticas y medir bien los niveles para evitar inflamación excesiva.
Pero el potencial viene con matices. Apagar los virus indiscriminadamente podría tener efectos colaterales: algunos virus y bacteriófagos forman parte de nuestro ecosistema interno, y la historia médica nos recuerda que soluciones “universales” como los antibióticos también trajeron resistencias y consecuencias imprevistas. Además, en biología, nada es invulnerable para siempre; la presión selectiva podría hacer que algunos virus evolucionen para esquivar este escudo.
Si supera las pruebas de seguridad y eficacia en humanos, este avance podría marcar un punto de inflexión comparable a la llegada de los antibióticos. Imagina un mundo donde el resfriado común sea solo un capítulo en los libros de historia… aunque la naturaleza siempre se reserva la última palabra. 🌍
, una spin-off de Google nacida tras el fin del proyecto Loon, ha logrado transmitir internet a 100Gbps usando láseres a lo largo de 65 km entre dos montañas en California. Lo impresionante: la conexión resistió horas de operación pese a turbulencias, niebla y viento, gracias a óptica adaptativa y seguimiento en tiempo real.
También probaron la tecnología en un entorno simulado de barco en movimiento, logrando mantener la conexión incluso con oscilaciones extremas. La clave es su sistema Tightbeam, diseñado para operar en tierra, mar, aire… y eventualmente, en el espacio.
A diferencia de Starlink, que usa láseres solo entre satélites, Aalyria apunta a enlaces láser tierra-tierra y tierra-aire de largo alcance, hasta 150 km. Esto abre una puerta clave para llevar internet a zonas remotas sin necesidad de fibra o infraestructura pesada.
Más que una curiosidad tecnológica, Tightbeam apunta a convertirse en la columna vertebral invisible de una nueva internet global. Rápida, resiliente y sin cables. 🚀
Un hombre de 42 años con diabetes tipo 1 en Suecia ha logrado algo que hasta ahora parecía imposible: volver a producir su propia insulina gracias a un trasplante de células pancreáticas editadas genéticamente con CRISPR… y sin tomar medicamentos para evitar el rechazo.
¿Por qué es tan importante?
En la diabetes tipo 1, el sistema inmunitario destruye las células beta del páncreas, responsables de fabricar insulina. Desde hace años se hacen trasplantes de islotes pancreáticos para reemplazarlas, pero el problema es que el cuerpo las rechaza y el paciente debe tomar de por vida fármacos inmunosupresores, que debilitan las defensas y tienen efectos secundarios serios.
En este caso, el equipo de investigadores suecos y estadounidenses “camufló” las células donadas:
• Eliminó dos proteínas (HLA-I y HLA-II) que avisan a las defensas de que una célula es extraña.
• Aumentó otra proteína (CD47) que actúa como “señal de no atacar” para el sistema inmune.
Tras inyectarlas en el antebrazo del paciente, las células editadas sobrevivieron, siguieron produciendo insulina y no provocaron rechazo… todo esto sin medicación inmunosupresora.
La letra pequeña
• Recibió solo el 7% de la dosis necesaria para prescindir totalmente de la insulina.
• Es una prueba de concepto: el objetivo era demostrar que el método es seguro, no curar al paciente por completo.
• Falta saber si las células sobrevivirán y funcionarán a largo plazo; se le hará seguimiento durante 15 años.
El siguiente paso será fabricar estas células a partir de células madre, lo que evitaría depender de donantes. Si los ensayos clínicos avanzan bien, estaríamos ante un paso real hacia una cura funcional de la diabetes tipo 1.
Eso sí, después de décadas de anuncios de “la cura está a cinco años” que nunca llegaron, los expertos recomiendan cautela y optimismo medido.
En casi 80.000 adventistas del séptimo día de EE. UU. y Canadá, los vegetarianos presentaron un 12 % menos de riesgo de cáncer que los no vegetarianos, y los veganos, un 24 % menos. La menor incidencia se observó sobre todo en cáncer colorrectal, de estómago, de mama, de próstata y en varios tipos de cánceres linfoproliferativos.
Los veganos fueron el grupo con mayor reducción, seguidos por ovolactovegetarianos y pescovegetarianos. En personas más jóvenes, el efecto fue más evidente, lo que sugiere beneficios acumulativos a lo largo de la vida. Parte de esta protección podría deberse a un menor peso corporal, pero la dieta por sí sola también aporta ventajas.
Estos patrones implican más frutas, verduras, legumbres y frutos secos, más fibra y menos exposición a compuestos como el hierro hemo, nitrosaminas y grasas saturadas animales. Además, quienes siguen estas dietas suelen cocinar más y consumir menos ultraprocesados, lo que refuerza su impacto positivo.
Aunque es un estudio observacional y no prueba causalidad, el patrón es consistente: más plantas y menos carne (especialmente procesada) parece reducir el riesgo oncológico. Como bromea un médico: ‘La fibra y las verduras nunca salen en las autopsias como causa de muerte’.
Un estudio de la Universidad de Derby, basado en un modelo híbrido de agentes (ABM) calibrado con datos históricos de urbanización y uso de palabras relacionadas con la naturaleza, muestra que la conexión humana con el mundo natural ha disminuido un 61,5% en los últimos 220 años. La causa principal es la transmisión intergeneracional: padres con baja conexión transmiten esa desconexión a sus hijos, amplificando un ciclo que la urbanización y la pérdida de biodiversidad refuerzan.
Incluso intervenciones importantes como un aumento del 100% en acceso a espacios verdes o campañas de sensibilización no revierten la tendencia antes de 2050 debido a la inercia del sistema. Solo la combinación de un incremento del 1000% en naturaleza urbana y programas intensivos con familias y niños logra un repunte autosostenible después de ese año. El estudio advierte que hay que actuar ya con políticas transformadoras en educación, planificación urbana y acceso a la naturaleza para romper este “punto de no retorno” social y ecológico.
La FDA ha aprobado VIZZ, el primer colirio con aceclidina diseñado específicamente para tratar la presbicia en adultos. Este trastorno, que afecta a casi toda persona mayor de 45 años, obliga a usar gafas para tareas cotidianas como leer una etiqueta o un mensaje en el móvil. VIZZ promete hasta 10 horas de visión cercana clara con una sola dosis diaria, sin comprometer la visión lejana.
Su mecanismo es directo: contrae la pupila creando un ‘efecto estenopéico’, como cerrar el diafragma de una cámara, aumentando la profundidad de campo y mejorando el enfoque cercano. A diferencia de tratamientos previos como Vuity, apenas estimula el músculo ciliar, reduciendo así riesgos de visión borrosa de lejos.
En los ensayos clínicos de fase 3, hasta un 71% de los usuarios ganó tres líneas o más de agudeza visual cercana en apenas 3 horas, sin perder nitidez a distancia. Los efectos comenzaron a los 30 minutos y se mantuvieron por unas 10 horas. Los efectos secundarios más frecuentes fueron irritación leve en el ojo (20%), visión tenue o atenuada (16%) y dolor de cabeza (13%), generalmente transitorios y leves.
No todo es perfecto: se recomienda precaución al conducir de noche o en entornos con poca luz, ya que la pupila más pequeña reduce la entrada de luz. Además, no se aconseja su uso en personas con antecedentes de desprendimiento de retina, iritis o hipersensibilidad al compuesto. Quienes usan lentes de contacto deberán retirarlos antes de la aplicación y esperar 10 minutos para volver a colocarlos.
Más allá de su potencial, el debate está servido. Para algunos, unas gotas diarias no superan la comodidad y coste único de unas gafas, y surgen dudas sobre el uso crónico de químicos en los ojos. Otros lo ven como el fin del ‘¿dónde dejé mis lentes?’. El hecho de que requiera buena iluminación para un rendimiento óptimo recuerda que no es magia, sino óptica pura.
Si el precio es competitivo y la tolerancia se confirma a largo plazo, VIZZ podría marcar un antes y un después en el cuidado de la visión, y quizá abrir el camino a soluciones tópicas para otros problemas oculares hoy solo tratables con cirugía.
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